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Full text of "Pedro Figari 1914 Arte Tecnica Critica"

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Biblioteca de k Ée, vista 4e la Ásociaciéü Politécnica del Uruguay 



ARTE, TÉCNICA, CRITICA 

Conferencia que bajo 

¡el patTocíUÍo de la Asociación Politécnica del Uruguay 
dio el í)l PEDRO FíGÁRI en el Ateneo de Montevideo 

el 15 de Junio de 1914 







Biblioteca de la Revista de la Asociación Politécnica del Uruguay 



ARTE, TÉCNICA, CRITICA 

Conferencia que bajo 

el patrocinio de la Asociación Politécnica del Uruguay 
dió el I)r. PEDRO FIGARI en el Ateneo de Montevideo 

el 15 de Junio de 1914 



MONTEVIDEO 
Pbíía Hnos. — Impresores 
19 14 




ARTE, TÉCNICA, CRITICA 

Conferencia que bajo 

el patrocinio de la Asociación Politécnica del Uruguay 
dió el Di\ PEDRO FIUARI en el Ateneo de Montevideo 

el 15 de Junio de 1914 



Señoras, Señores: 

Ante todo deseo agradecer al presti- 
gioso y querido Ateneo su hospitalidad 
cordial, así como á la conspicua Asocia- 
ción ‘Politécnica del Uruguay el impor- 
tante y generoso apoyo que me brinda; 
como agradezco también, y mucho, á es- 
te auditorio selecto el honor que me hace 
al interesarse en mi estudio sobre arte, 
técnica y crítica. Quedamos pues reunidos 
con fines de estudio, lo cual tiene entre 
otras ventajas, la de excluir esa solem- 
nidad que parece incompatible con una 
franca exposición de nuestros pensamien- 
tos íntimos. 

Ahora, para que no se frustre este pro- 
pósito, ruego á Ydes. que no se atengan 
demasiado á las ideas admitidas sobre los 
asuntos de que vamos á tratar. Compren- 
do que el dejar de lado las propias ideas 
es algo más difícil de lo que á primera vis- 
ta parece; es como olvidarse de sí mismo, 
— cosa punto menos que imposible, si aca- 
so es posible; pero queda así mismo for- 
mulado mi ruego, aunque no sea más 
que para inclinar al análisis. 

Ya se supondrá que he tratado de veri- 
ficar mi ensayo antes de someterlo al jui- 
cio público. Quiero, sin embargo, hacer 
una declaración que servirá, talvez, pa- 
ra interesar la atención del auditorio; y 



es, que, al confrontarlo con la realidad, 
así como con mis lecturas y meditacio- 
nes, — las que, por lo demás, no son muy 
abundantes ni seguras, — no solo ha re- 
sistido mi ensayo á la compulsa, á mi 
ver, sino que me ha permitido una ex- 
plicación satisfactoria respecto de mu- 
chos fenómenos que antes me confun- 
dían. Sería, pues, altamente tranquiliza- 
dor para mí, el poder contar con elemen- 
tos más autorizados para esta delicada 
verificación; y si, venturosamente, Vds. 
— los estudiosos, — llegaran á considerar 
juiciosas las ideas que voy á exponer, 
estaría seguro del resultado, porque, uni- 
dos, conseguiríamos pruebas indubita- 
bles en la comprobación objetiva, dado 
que, en la naturaleza, así como las falacias 
halian á su paso interminables oposicio- 
nes y protestas, una verdad positiva tam- 
bién encuentra un inacabable alegato á 
su favor, igualmente decisivo, por cuanto 
lo formulan los hechos-, y los hechos son 
soberanos, y dignos de fé. 

En cuanto á la utilidad de este esfuer- 
zo, á su propia utilidad práctica, diremos, 
para desprevenir á espíritus más excép- 
ticos que los nuestros acerca del valor y 
del poder de las ideas, nosotros no necesi- 
tamos demostración, por cuanto no tene- 
mos duda alguna á ese respecto. 

Mi tésis, como se verá, no es revolucio- 




4 



REVISTA I>K LA A.SOCÍ ACION 



naria; muy al contrario. Ella tiende sim- 
plemente á «explicar» fenómenos natura- 
les como hechos naturales, en la inteli- 
gencia de que «por el solo hecho» de ser 
integral la naturaleza, no puede haber 
más que elementos y fenómenos natura- 
les. Los propios fenómenos que reputamos 
«artificiales» ¿no son, acaso, siempre, in- 
defectiblemente, producto de agentes y 
elementos naturales? Se comprende por 
lo demás, que nada haya ni pueda haber 
fuera del mundo «exterior», al que llama- 
mos así aun cuando nos contiene.. En rea- 
lidad, no hay más que mundo «interior»; 
y estamos tan comprendidos en ól y tan 
en nuestra casa, — que es «lo existente», 
indestructible, si bien esencialmente trans- 
formable; — y es tan ineludible que todo 
se manifieste como afirmación, como ac- 
ción, que ni podemos concebir algo que 
se halle «fuera» de la substancia y de la 
energía integrales, de tal modo, que nues- 
tras mismas ideas más abstractas tienen 
siempre que plasmarse, diremos, dentro 
de formas concretas. — Por algo son in- 
tegrales la substancia y la energía, ó glo- 
bales, como lo expresa más comprensiva 
y comprensiblemente esa forma que pa- 
rece darle esfericidad al Universo, si bien 
dicha esfericidad no es más que la perife- 
ria, si puede decirse así, de nuestras con- 
cepciones limitadas. 

De este modo, el arte, la técnica y la 
crítica se nos presentan como simples 
«aspectos» del fenómeno vital, esto es, 
como modalidades inherentes al hecho de 
vivir, de vivir como organismo; ó dicho 
de otra manera, como manifestaciones de 
la complexión individual , dado que no se 
concibe la vida sin una estructura, sea ella 
la que fuere, y sin acción. 

Con todo, con no ser revolucionaria es- 
ta tésis, no deja por eso de rectificar, — ó 
de pretenderlo al menos, — la forma en 
que se consideran corrientemente dichos 
fenómenos; y esto solo ya, de por sí, pro- 
duce consecuencias efectivas y beneficio- 
sas. Por lo demás, en el supuesto de que 
mi tésis contuviera algún elemento po- 
sitivo, vale decir, real,— como yo lo pre- 



sumo, — no podría dejar de ser útil, por 
cuanto nada es más ventajoso que un 
mayor conocimiento positivo del medio 
en que actuamos, que es nuestro ambien- 
te natural, insustituible por otra parte; 
— y agregaré, felizmente insustituible. 
¿Donde podríamos hallarnos mejor que 
en nuestro ambiente? Es siempre en plena 
naturaleza donde hasta se manifiestan 
nuestros propios devaneos más líricos, y 
donde desenvolvemos nuestra actividad 
toda, para dar satisfacción á nuestras ne- 
cesidades y á nuestras aspiraciones, que 
son también necesidades, — precisamente 
las mismas que determinan la evolución 
humana. 



Antes de entrar á la exposición directa 
de mi tésis, voy á decir dos palabras acer- 
ca de la manera de pensar usual sobre estos 
as\intos, para que se vean algunas de las 
numerosas contradicciones y ambigüe- 
dades que allí se ofrecen como dogmas, y 
que parecen ser su más típica caracterís- 
tica. Esto, — que es justamente, lo que me 
indujo á estudiar, — nos permitirá apre- 
ciar mejor los asuntos de que vamos á 
ocuparnos. 

Cuando se habla de arte, entramos á 
un dominio de excepción; — se diría que 
entramos á un reino mágico. En este rei- 
no, no rigen ya los cánones de la lógica 
común, porque en él se rinde culto á la 
maravilla, al prodigio. Es tal su excepcio- 
nalidad, que hasta los hombres más inl e- 
lectualizados se sienten cohibidos, y se 
confiesan ineptos para razonar en domi- 
nios tan extraordinarios. Ellos callan, 
pues; y si hablan divagan, cuando no, 
más circunspectos, formulan recelosas 
circunlocuciones, reticencias y salvedades 
que denuncian á las claras el temor de 
decir algún grave despropósito. Este an- 
tecedente, que todos han podido apreciar, 
denota, de un modo inequívoco, que tales 
dominios no han sido aún penetrados por 
el conocimiento, porque apenas se ha 
comprendido él. significado, real de un he- 




POLITECNICA DEL UKUOUAY 



O 



cho ó de una série de fenómenos cuales- 
quiera, por más árduos é intrincados que 
parezcan, el primer beneficio que resulta 
es el de hacerlos accesibles al razona- 
miento, y, por lo mismo, el de trocarlos 
en sencillos. 

En estos dominios, los que hablan sin 
reparo son los «iniciados»; pero ellos mis- 
mos, con estar en todos los secretos de 
este singular gobierno, nos dan perífrasis 
y lugares comunes á manera de razona- 
mientos, — concurso que no es bastante 
para informarnos, según se comprende. 
Es que éllos, para iniciarse, han debido 
comulgar con el prejuicio, y éste nunca 
se ofrece tan despampanante como en 
los dominios del arte, y así es que no se 
les oye razonar con lógica llana, natural, 
digámoslo para referimos á esa prosa 
insuperable de la naturaleza, la que se 
manifiesta de infinitas maneras en todo 
instante y por todas partes, hasta en la 
propia médula de los soñadores que la 
repudian como inferior á sus elucubra- 
ciones; y hasta en sus propias elucubra- 
ciones, podría agregarse. 

Es que, el arte, según el concepto ad- 
mitido, es el paraíso efímero del ensueño, 
y el ensueño es lo vago y lo arbitrario 
por excelencia. Los soñadores viven de 
la evocación magnificante, y ésta se ali- 
menta en el pasado, que es, cabalmente, 
el imperio del prejuicio, de la quimera, 
tanto más gratuitos cuanto más nos in- 
ternamos en los tiempos. De ahí su mi- 
soneismo. Cualquiera innovación los exas- 
pera porque los perturba en su mentali- 
dad; y de tal modo, que ni se detienen á 
aquilatar su fundamento ni sus efectos, 
antes de repudiarla. Ellos viven en un 
castillo encantado, si, pero ilusorio, el 
que se basa en puras afirmaciones, — las 
afirmaciones de la leyenda tradicional; 
por lo que no tan solo están expuestos á 
ver tambalear ese lujoso castillo ante 
cualquier elemento crítico, sinó que es- 
tán predestinados, se diría, á presenciar 
de día en día su demolición, por cuanto el 
proceso evolutivo es de constante rectifi- 
cación á las ideas trasmitidas, por lo pro- 



pio que es de progreso. So obstante, ellos 
aman entrañablemente ese su castillo de 
naipes. 

Es de tal modo convencional su lógi- 
ca, — la que proclaman como superior á 
toda otra, — que, á favor de la misma, 
cualquiera tentativa, por anárquica que 
sea, es apta á hacer gran camino sin ha- 
llar á su paso quién pueda juzgar de «su 
razón de ser», con una base positiva de 
juicio. Hoy, no más, estos dominios tan 
nebulosos están en jaque por varios cona- 
tos reformistas, que relampaguean amena- 
zantes por entre la maraña de las enso- 
ñaciones,— más bien que ideas, — sin con- 
tralor alguno. Me refiero al cubismo, al 
futurismo, al cerebrismo, al simultanismo 
y otros partidos en auge, que, con ser 
también cultores del ensueño, escandali- 
zan á los soñadores. Pero, lo sintomático, 
es que, tanto las disquisiciones del pro 
como las del contra, son de una anfibolo- 
gía desconcertante. Es tal su ininteligi- 
bilidad, — dentro de la propia lógica que 
se estila en tales asuntos, ya de por sí 
poco inteligible, — que en vez de esclare- 
cernos, nos sume cada vez más en las bru- 
mas, en las tinieblas del arte, impenetra- 
bles á la mirada, de tal modo, que cada 
día vemos mejor que nos es imposible 
percibir por dicha vía contorno alguno 
en ese campo paradojal, fabuloso. Con to- 
do, repito, en cualquier dominio, á la vez 
que se descubre una verdad, — que, en re- 
súmen, no es más que la constatación de 
un hecho, de una realidad, — ocurre lo con- 
trario; se vé mejor, cada vez más claro, 
como si la mirásemos por dentro, con ga- 
fas. 

Cuanto á arte se refiere es lo iantásfcico. 
Al simple conjuro del vocablo, ya, nues- 
tras ideas, — en vez de disciplinarse, — 
se arremolinan, revolotean, mariposean 
al azar, sin saber sobre qué concepto po- 
sarse. Y lo propio ocurre con la estética, 
la crítica, el ideal, la téonioa: palabras 
que suenan como equivalentes, cuando 
no como perfectos sinónimos. Cualquiera 
de estos vocablos nos sugiere un mundo 
extraordinario, extra/natural. Desfilan á 




a 



REVISTA DE 1A ASOCIACION 



nuestro magín los museos, con sus cua- 
dros y estatuas; los teatros con sus reci- 
tados y sus músicas; las catedrales góti- 
cas ó bizantinas, con sus ojivas y agujas 
cinceladas, ó con sus cúpulas imponen- 
tes; los poetas, sus poemas, sus lauros . . . 
¡qué! hasta los propios movimientos co- 
reográficos cadenciosos, ya sean religiosos 
ó dionisíacos; y todo esto, se nos ofrece 
fragmentado en caos kaleidoscópico, en 
loco desórden; peor aún, dentro de una 
vaguedad incoercible, indefinible, de tal 
modo impreciso, que si pudiéramos co- 
tejar dos nociones individuales al respeo- 
to, — provengan de donde provengan, — 
veríamos que, lejos de coincidir, difieren 
por completo y eso que á estas su- 

puestas «entidades» se las considera como 
objetivas, lío es de extrañar así que este 
dominio se nos presente como el reino de 
lo arbitrario. Los propios filósofos, in- 
cluso los más eminentes, también maripo- 
sean que es un primor en este laberíntico 
jardín, y en s'us adyacencias. Ellos tam- 
bién nos dan perífrasis brillantes como 
razonamientos de buena ley; y me digo: 
¿Qué puede explicar este fracaso del ta- 
lento, del genio mismo, como no sea la 
falsedad de los renuentes prejuicios ad- 
mitidos? 

lío se ha considerado en toda su lati- 
tud al arte, esto es, como un recurso ge- 
neral, normal, universal de acción or- 
gánica, y derivan de este desconocimien- 
to, — originario del más remoto pasado,— 
los juicios y apreciaciones, que cada vez 
más se ván desviando de la realidad, en 
vez de precisarse y acordarse más y más, 
como acontece con todo aquello que se vá 
penetrando por el conocimiento. Las ideas 
se han embrollado enteramente. 

Se supone que todo el arte superior 
está comprendido dentro del campo que 
se denomina «bellas artes», y de ahí, que 
á las demás manifestaciones de la activi- 
dad se las excluya de dicho dominio, así 
como del de la estética, del de lo ideal, y 
del de la propia crítica, — todo lo cual, á 
mi entender, es un colmo de desconoci- 
miento. De dicho error, inicial y capital, 



nacen las desinteligencias que caracteri- 
zan este dominio; y no solo eso, sinó tam- 
bién inconvenientes mucho mayores que 
los simples desvíos subjetivos, — si acaso 
no fuera bastante esto, dado que es nues- 
tra mentalidad la que determina la ac- 
ción, — verdaderos perjuicios efectivos, 
materiales, digámoslo una vez más para 
intranquilizar á esos espíritus tan prác- 
ticos, que no toman en cuenta buenamen- 
te más que lo que se palpa y se pesa. 

Yo me pregunto: ¿qué otra cosa hacen 
que los demás, cuando trabajan, el ar- 
quitecto. el pintor, el músico, el coréogra- 
fo, el escultor, el poeta, el literato, si no 
es poner su intelecto á contribución? Sin 
embargo, solo á éllos se Ies llama franca- 
mente «artistas»; — y los demás, como 
quiera que agucen su ingenio, no tienen 
carta de ciudadanía én esa República, en 
esta Monarquía del arte, mejor dicho, 
puesto que nada es más aristócrata que el 
concepto' circulante acerca del mismo. 

Si se interroga sobre la razón de esta 
preeminencia, — que no se negará que lo 
es, en el pensar general, — de esta preemi- 
nencia adjudicada, como (privativa» á los 
cultores de las bellas artes, se os contes- 
tará con aire de condescendencia supe- 
rior: «¡Cómo! ¿no cae Yd. en la cuenta de 
que se llama artista sólo al que plasma 
la belleza?» Se vé así que es la dirección, 
la finalidad del esfuerzo, lo que sirve de 
punto de partida para fundamentar aque- 
lla denominación, puesto que, si repre- 
guntamos: «¿Y por qué, entonces, llaman 
Vdes. artista también al pintor, al escul- 
tor, al músico, etc., que no han plasmado 
jamás belleza alguna?», en este supuesto, 
ya no tienen nada serio que decimos par» 
sostener su antojadiza clasificación usual. 

Este fundamento finalista de lo bello, 
resulta tanto más deleznable' cuanto más 
se atienda á lo «intangible» que es la be- 
lleza, esa misma belleza que parece plas- 
marse cotidianamente por los «artistas» y 
que, no obstante eso, no hemos visto plas- 
mada una sola vez, de modo tal que sea 
comprendida ni comprensible á todos 
por igual, como un teorema. Al contrario, 




POLITECNICA DEL TJltUGUAT 



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cada vez se advierte mejor que ese con- 
cepto varía con relación al lugar y al 
tiempo, y que, lejos de ser «el mismo» pa- 
ra todos los hombres y para todos los pue- 
blos, es distinto para todos los pueblos y 
para todos los hombres, — también con 
relación al lugar y al tiempo. 

Para notar esta imprecisión típica en 
las ideas que acerca del arte circulan, bas- 
ta observar que apenas salimos de la 
estrictez oficial diremos, de las clasifi- 
caciones académicas, ante un manjar, 
una prenda de vestir, un adminículo cual- 
quiera, que nos agrada ó que nos parece 
hecho con ingenio, exclamamos: «¡es una 

obra de arte!» por lo que venimos á 

«condecorar» como artista al productor más 
modesto. Es que entonces rige un crite- 
rio positivo, «natural», y no un conven- 
cionalismo simplemente; y según aquel 
criterio, sensato, no contaminado por la 
especulación artificiosa, é incontamina- 
ble, afortunadamente, todos pueden lu- 
cir el diploma de artistas, y aún el de ar- 
tistas eximios: el clínico, el ingeniero, el 
cirujano, el estadista, el industrial, el 
hombre de negocios, no ya el investiga- 
dor eficaz, que es, á mi ver, el artista sumo. 

Verdad que el arte, — «las artes», mejor 
dicho, para atender á la intención des- 
pectiva del prejuicio consagrado, — tam- 
bién se dividen, — y esto confirma lo que 
iba diciendo, — en «mayores» y «menores», 

en «decorativas», «aplicadas» y hasta 

en «útiles», lo cual, según el concepto ad- 
mitido, por lo mismo que es útil debe que- 
dar relegado á la última fila en la nomen- 
clatura nobiliaria del Gotha artístico. 
Ultimamente, Eoger Marx, publicaba un 
libro alegando á favor del derecho á figu- 
rar las artes decorativas, — también úti- 
les, — si bien no tanto como otras, en la 
Corte, diremos, de las Bellas Artes. Hay 
también artes «mecánicas», artes «libera- 
les», etc.; no hablemos de las «bellas ar- 
tes», que definen el arte por antonomasia, 
por puro lujo de arbitrariedad. Y, no va- 
ya á creerse que esta preminencia se fun- 
da exclusivamente en la inutilidad: mé- 
rito que parece ser óptimo en el concep- 



to lírico de los soñadores: ¡oh, no! — al 
contrario, las bellas artes fueron en un 
tiempo las más útiles, según se verá, — 
en el sentir de nuestros antepasados, na- 
turalmente; claro que no para los días 
que corren. 

Sea como hiere, estas clasificaciones 
no se han basado en ningún elemento po- 
sitivo, objetivo, real; y de ahí que nos re- 
sulten inservibles. Si tuviéramos que ca- 
talogar las obras de arte con arreglo á 
ellas, para colocarlas por orden en su res- 
pectivo casillero, veríamos que no hay 
jurado capaz de ponerse de acuerdo sobre 
ningún punto: ni sobre las más bellas, 
no ya sobre las que son bellas; ni sobre 
las que son mayores ó menores (salvo 
que se apelara al volumen); ni sobre las 
decorativas, — las que, de una ú otra ma- 
nera, se hallan refundidas en las demás; 
ni tampoco sobre lo que es arte «aplica- 
do», que es una denominación redundan- 
te, puesto que, siendo éste «un recurso 
de acción», es decir, «un medio», debe por 
fuerza estar aplicado á su finalidad, ya 
sea el solaz, ó ya sea la consecución de 
algo más perentorio. La de artes «útiles», 
es una denominación también redundan- 
te, puesto que el arte no puede dejar de 
ser útil, como no puede dejar de serlo la 
inteligencia, que lo inspira y lo dirige, 
aún cuando se desvíe, por error ú otra 
causa, de su fin natural; por lo demás, es- 
to tendría que presuponer artes «inúti- 
les», las que no podrían ser otras que las 
bellas artes, esto es, las de boato y de so- 
laz, — supérfluas en ese sentido, — -y re- 
sultaría así que son ellas misúias las que 
definen el arte «orgánico» por antono- 
masia. Véase, por un lado, cuán embara- 
zosas son las clasificaciones admitidas, y 
por el otro, á donde nos conducen las cla- 
sificaciones arbitrarias! 

Las ideas imperantes sobre este orden 
de asuntos, no congenian con lo real, es 
decir, con lo que es, y de esto se derivan 
múltiples perjuicios, — para nosotros, na- 
turalmente, — porque, «lo que es», no deja 
de ser tal cual es, ni aún para complacer- 
nos. La realidad prima siempre, aún por 




8 



REVISTA DE XA ASOCIACION 



encima de nuestros desvíos y espejismos; 
somos nosotros, pues, los que debemos 
ajustarnos á ella, según nuestras conve- 
niencias; y, al fin, ese es el esfuerzo cons- 
tante orgánico, es lo propio que hace di- 
cha obra natural, al ponderarnos de día 
en día más dentro de lo existente, aunque 
nuestros idealismos nos quieran condu- 
cir á las nubes. 

Si es cierto que resulta muy difícil, 
— cuando no imposible, — clasificar he- 
chos y fenómenos que se ofrecen sin so- 
lución ¿le continuidad en ningún sentido, 
no es menos cierto que, cuanto más ca- 
prichosas sean nuestras clasificaciones, 
tanto más difícil nos será «dominar»), por 
el conocimiento. Nosotros, á fuerza de 
pertrecharnos con tecnicismos que arran- 
can, quizá, de los primeros tanteos del 
esfuerzo cognoscitivo, hemos llegado á 
pensar que en la naturaleza los fenóme- 
nos se ordenan como las combinaciones 
en una farmacia; así es que, pensando ver 
á la realidad tal cual es, la consideramos 
al través de nuestras clasificaciones, — fal- 
sas y antojadizas, — como por entre un 
cuadriculado irregular, que no condice 
con la realidad; y todavía, á esa malla 
de puros prejuicios rígidos, que superpo- 
nemos á una continuidad de fenómenos, 
fluida, — diré así por oposición, — como es 
la de la naturaleza; á esa red mental cla- 
sificatoria le atribuimos una objetividad 
que no tiene, así como no la tienen tampo- 
co las entidades clasificadas tan conven- 
cionalmente. Como que nosotros solo per- 
cibimos fenómenos «de relación», sólo son 
entidades «relativas» las que considera- 
mos entidades objetivas, tangibles. De 
ahí que los hechos más sencillos nos con- 
fundan, como enigmas; de ahí, que pue- 
dan eternizarse las discusiones aunque 
los contendientes se hallen de acuerdo 
con lo fundamental, toda vez que no ha- 
yan tenido la advertencia de precisar el 
respectivo punto de vista, ó sea, la «ma- 
lla» por donde cada cual encara el asnnto; 
de ahí, los paralelismos y divergencias 
mentales, que forman el laberinto de 
nuestra intelectualidad, más imaginati- 



va y brillante que eficaz; de nuestras des- 
inteligencias, quizá fuera mejor decir. 

Si en vez de acudir á las bibliotecas, 
para guiarnos en estos asuntos; — las que, 
por lo poco que he podido ver, lejos de 
orientarnos positivamente, nos desvían 
y nos hacen perder esa brújula de que 
echa mano aquel sentido sanchesco, 
más experto que sutil, que se llama «el 
buen sentido»; si en vez de guiarnos por 
el prejuicio, — cabalgadura demasiado re- 
hacia para llevarnos á las cumbres del 
conocimiento, — nos remitiéramos á la ob- 
servación directa de la naturaleza, para 
percibir, siquiera sea, las líneas más ge- 
nerales y más constantes de lo que allí 
se manifiesta, veríamos que la acción or- 
gánica intelectiva, siempre mtélectiva, por 
cuanto no se concibe ninguna forma per- 
durable de «organización», «sin inteligen- 
cia»; esa acción, digo, se vería que va con- 
sumando su obra inexorablemente, en 
una .misma dirección: la de servir al or- 
ganismo, donde quiera que sea, y como 
quiera que sea. Ahí, el arte, es algo muy 
, distinto de lo que nos dicen los tomos de 
elucubración metafísica. No es ya un 
torbellino de imágenes, sin contornos ni 
sentido, sinó, al contrario, es «el instru- 
mento» que vá labrando la suerte de to- 
dos los ejemplares de la escala biológica, 
sin excepción, como acción de su inteli- 
gencia, y sin apartarse un punto de su 
verdadera vía, como no sea para sufrir 
las consecuencias naturales de todo error; 
y, también, se vería allí que ese desvío, 
ese contraste, — terrible á veces, — ni des- 
pierta por lo común un lamento en el 
propio regazo de la especie. A menudo, 
el hombre mismo, que descuella por su 
inteligencia y que se envanece con sus 
sentimientos, ni arranca un sollozo en 
«el desierto de hombres», según se ha di- 
cho. 

Si tuviéramos que considerar ese egoís- 
mo esencial, con arreglo ah «sentimenta- 
lismo» que se proclama como lo mejor por 
la tradición, veríamos el platonismo cons- 
titucional de este .arbitrio, frente á un 
desierto detestable, y aún pavoroso, como 




POLITECNICA DEL URUGUAY 



0 



ese de los hombres. Mas, nosotros repu- 
tamos á ese factor, «el egoísmo», como 
indispensable y aún como saludable en 
toda obra orgánica, justamente porque 
• es el projiio «agente de organización»; y 
de ahí nuestro íntimo optimismo. 

Como quiera que sea, la naturaleza 
está ahí, como un hecho, — como un he- 
cho esencialmente movible, sí, pero in- 
mutable para las cuitas humanas, por 
más que se haya pensado otra cosa en 
días de profundo extravío. Ella no deja 
de ser «lo que es», ni por un instante, por 
mucho que idealicen ó yerren los hom- 
bres, ni por más que teoricen ó divaguen 
sus filósofos: es ahí pues, donde es me- 
nester captar la noción del arte, puesto 
que élla y solo élla será la noción positiva 
del mismo. 

Si observamos la naturaleza libremen- 
te, esto es, sin prevenciones, veremos que 
todos los seres, todos, tratan de sacar par- 
tido de su inteligencia para. vivir, para 
mejor vivir; para adaptarse al medio, pa- 
ra mejor adaptarse al medio; — por un 
lado, para utilizar todo elemento natural 
que pueda concurrir á ese propósito y, 
por el otro, para vencer cualquier obs- 
táculo que pueda oponerse á este desig- 
nio, á este afán vital, íntimo, orgánico, 
y, por lo mismo, esencial, que guía á cada 
unidad morfológica, á cada individuo, 
siempre de acuerdo con su complexión, 
sea la que fuere. 

No hablemos de las especies inferiores 
al hombre que, no obstante, nos ofre- 
cen infinitos ejemplos aprovechables. To- 
memos al hombre, ya sea civilizado, pri- 
mitivo, ó salvaje, — si es dado excluir 
toda distinción entre estos dos últimos 
ejemplares del linaje humano, después 
que se han visto los famosos renos y los 
bisontes admirablemente grabados por 
los hombres de las cavernas. 

Todos los hombres y todos los pueblos, 
clanes á tribus, de todos los tiempos, to- 
dos, han tratado de ingeniarse para vivir 
de la mejor manera que les ha sido posi- 
ble, lo que significa al fin, vivir «cada cual 
según su estructura», según sus predilec- 



ciones, sean ellas las que fueren. Todos» 
han tratado y tratan de arbitrar los me- 
dios que han reputado y reputan mejores, 
para dar satisfacción á sus necesidades 
individuales ó colectivas, — las que pre- 
suponen también á las individuales — á sus 
aspiraciones, por lo demás, siempre insa- 
ciables, — aún cuando á veces se nos ofrez- 
can como modestas ó ascéticamente hu- 
mildes. — ¡Oh, no me habléis de la humil- 
dad ni de la modestia; de las humanas 
principalmente! Todos, por igual, segiín 
su complexión, aguzan su ingenio para 
garantirse, para procurarse bienes, para 
defender sus bienes, para ampliarlos, pa- 
ra construir sus instrumentos de trabajo, 
sus armas de defensa, — cuando no de- 
ataque, — sus jdolos y amuletos, — que son 
también armas defensivas, en el sentir 
de los creyentes; en fin, para alimentarse, 
para abrigarse, para curarse, para nave- 
gar, para traficar y para toda otra forma 
de actividad, de tal manera, que las pro- 
pias rutinas más mecanizadas por la cos- 
tumbre, debemos pensar que fueran ins- 
piradas é incorporadas á la acción orgá- 
nica en la inteligencia de que le eran pro- 
picias al organismo. Este afan de vivir, 
y de vivir lo más y lo mejor posible es 
de tal modo estructural y espontáneo, 
— espontáneo, por lo mismo que es es- 
tructural, — que ni lo advertimos en no- 
sotros, ni lo excusamos en los demás, si 
bien rige en nosotros como en los demás, 
y nos parece tan legítimo en cuanto á 
nosotros, principalmente. 

Los pigmeos congolenses, de que habla 
el explorador Stanley, — por ejemplo, — 
cuando envenenan sus flechas, y cuando 
colocan trampas mortales en las sendas 
que pueden dar acceso á sus recónditas 
moradas, — ¡tan poco confortables, sin em- 
bargo! — esos salvajes, digo, que nos pa- 
recen «feroces», no hacen otra cosa que 
los más civilizados, cuando construyen 
armas de guerra ó de defensa, ó cuando 
disponen un servicio de vigilancia y poli- 
cía. 

¿Podría establecerse una distinción ra- 
dical entre unos y otros arbitrios! 




10 



REVISTA I)E LA ASOCIACION 



Si se examina cualquier recurso de ac- 
ción, — los más primitivos que sean, — se 
ve que entre aquel recurso y el -actual, 
solo hay transformaciones debidas á un 
mayor conocimiento. Los gruñidos y bal- 
buceos del hombre primitivo, son el re- 
curso originario de las propias perora- 
ciones que se escuchan en los parlamen- 
tos, asambleas y congresos más sonados; 
el dibujo torpe, hecho en el hueso ó en el 
ánfora, es lo propio que se ha transforma- 
do en esas obras plásticas que guardan 
religiosamente las pinacotecas, como las 
reliquias más estimables y esplendentes 
de la cultura humana; la canoa y la pira- 
gua, se han transmutado en suntuosos 
steamers y en dreadnougíhs formidables; 
el tatuaje, que tanto encanta á los salva- 
jes, — y que hasta parece no ser del todo 
mal á las mundanas modernas, — es, al 
menos, en una de sus Jaces, lo propio que 
se ha trocado en arte de Paquin, de Worth, 
de Doueet, de Beschoff-David ó de Lu- 
cile, — que deleita á las parisinas cuanto 
espanta á los parisinos; ó bien, esa toilette 
abigarrada de la piel, corresponde al ges- 
to matón del autoritario actual, que impo- 
ne, ó al gesto almibarado y afable, con 
que «el persuasivo» desea obtener la con- 
fianza de los demás. En uno y otro caso, 
dichos arbitrios sirven siempre al propó- 
sito de imponer ó al de agradar. — El ídolo 
informe, tallado, esculpido ó grabado con 
escamas de sílex, y el propio amuleto que 
cuelgan los salvajes de su cuello, de la 
nariz ó del tobillo, están inspirados en el 
propósito de garantizarse contra peligros 
naturales que no conocen, ó sobrenatura- 
les, — más difíciles de conocer, — ¡tan im- 
palpables oomo son! — y que, segiin el cre- 
yente, lo vigilan ó lo acechan con espan- 
table asiduidad; aquellos arbitrios ingó- 
nuos, digo, están destinados á la defensa, 
de igual modo que los templos más lujo- 
sos y los ceremoniales más solemnes de 
la liturgia religiosa. Es el conocimiento, 
y solo el conocimiento lo que vá transfor- 
mando los arbitrios, todos los arbitrios, — 
los que, por viejos que sean, si no fuerá 
por razón de un mayor conocimiento que- 



darían definitivamente cristalizados en 
los siglos. Así, por ejemplo, ya no se verá 
entonar plegarias á causa de la viruela, de 
la rabia, del cólera, de la fiebre amarilla, 

del tifus, ¿por qué? — porque estos 

flagelos, antes terribles, no solo terribles 
porque diezmaban, sino porque no se sa- 
bía á qué ni á quién atribuir su causa, ni. 
á quién ni á qué. apelar, para prevenirlos 
ó curarlos, han sido dominados por el co- 
nocimiento. Los arbitrios religiosos y los 
exorcismos, pues, nada tienen que hacer 
ya, en atención á los reclusos efectivos 
con que puede contarse. Y en todos los 
dominios ocurre otro tanto. ¿Quién po- 
dría trazar entonces una línea radical y 
racional de separación entre las formas 
primitivas y las evolucionadas, si por un 
lado, se trata de un mismo recurso esencial 
qué se va transformando por el conocimien- 
to ; y si por el otro, todos los arbitrios res- 
ponden al mismo fon, al mismo propósito 
orgánico : el de vivir y mejorar f 

Se ve de este modo, que los reclusos, 
han evolucionado paralelamente con las 
necesidades, quedando en lo substancial 
el arte, el mismo medno de acción, el mismo 
instrumento orgánico; y quedando la ne- 
cesidad y la aspiración orgánica, los mis- 
mos acicates, al través de los siglos. Se 
vé así, mejor, la guía, si bien multiforme, 
constante, que dirije á la acción orgánica, 
ya sea la del troglodita, la del salvaje ó la 
del hombre civilizado, á favor de un mis- 
mo reourso, el intelectivo, estimulada por 
el mismo aguijón instintivo, congénito con 
todo organismo: que es vivir, vivir mejor, 
perpetuarse, para mantener la propia es- 
tructura individual, y de tal modo es vi- 
\az ese aguijón que, para cada organismo 
parece ser él lo más importante de la natu- 
raleza, aun cuando la naturaleza pueda 
pasar sin él, como prescinde de tales 
anhelos, por completo insensible á tan 
íntima aspiración. Si hay un eco, es tan 
fugaz y limitado, ó más que una burbuja 
en el océano inmenso. 

Así como «instrumento» incondicional 
de acción, el arte ha acompañado al hom- 
bre y á los pueblos. Así es que la obra rea- 




POLITECNICA DEL URUGUAY 



11 



lizada se ofrece como una huella, como 
un reguero siempre conexionado, con- 
forme, identificado con sus ideas, porque 
siempre estuvo y hubo de estar eunn-aído 
á servirías, sumiso, solícito como los sen- 
tidos, siempre, invariablemente, hasta pa- 
ra servir los extravíos. Es de esta realidad 
que hablan todas las reliquias arqueoló- 
gicas, de igual modo que las obras de ma- 
yor actualidad. Cuando el hombre se 
•guió por su ilusión egocéntrica, que lo 
constituía en centro, en eje del universo, 
lo mismo que cuando esta ilusión instin- 
tiva se humanizó, por efecto de la cre- 
ciente necesidad social, que la derivó ha- 
cia el antropoceutrismo, lo propio que 
ahora, que el hombre se confía á la obser- 
vación de la naturaleza, siempre el arte 
humano se ofreció y se ofrece tan incondi- 
cional como «su ingenio» mismo. 

Es, precisamente, á causa de aquellos 
espejismos iniciales, que tan temprano 
nació en los hombres la idea de abrir co- 
mercio con los dioses y con los espíritus, 
que, — según su entender, — se interesa- 
ban en su suerte, así como debió nacer 
la idea de que eran artes de excepción y 
superiores, las que se dedicaban á servir 
tan alta finalidad. Por eso decíamos que 
el concepto de utilidad se hallaba implíci- 
to en la propia gerarquía laudatoria que 
otorga la tradición á las bellas artes, tan- 
to más bellas cuanto más, según su pen- 
sar, los' servían con eficacia. — ¿Qué podía 
haber de superior á ese propósito de pro- 
piciarse á entidades, — tan esquivas como 
temibles, — en días en que la vida terrena 
era sombría como la ignorancia, — aún 
más incierta é inquieta, que breve, — tor- 
turada por visiones demoniacas, expues- 
ta á todos- los azares sin defensa? 

El comercio con los dioses y los espí- 
ritus, — ya fueron benignos ó malignos, — 
debió considerarse naturalmente como el 
más importante y productivo, tanto más, 
cuanto que - el concepto de superviven- 
cia, — por punto general, cada vez más 
arraigado así que se retrocede en los 
tiempos, — hacía doblemente útil el cul- 
tivar buenas relaciones con agentes,— 



reales ó supuestos, — que no solo dispo- 
nían de los destinos eternos, sino que in- 
tenviiían en los propios asuntos terrena- 
les yor medio de sus delegados, ó hacien- 
do apariciones espeluznantes, — aparicio- 
nes, que, felizmente, se han ido reducien- 
do de día en día á medida que el hombre 
abrió su intelecto á la observación. A la 
vez ‘que el hombre' se fué familiarizando 
con. su ambiente natural, fueron rectifi- 
cándose los errores de las primeras espe- 
culaciones ingenuas, — como fueron y de- 
bieron ser, — y se fué vigorizando el espí- 
ritu científico. Los primeros aleteos del 
arte, como los de la ciencia, escapan á 
nuestra mirada, porque se ván degradan- 
do sin solución de continuidad hasta es- 
fumarse y perderse en algún gesto ó no- 
ción celular, quizá, y ésta misma 

¿Quién puede decirnos con certeza, cuál 
es su verdadera prosapia, su génesis? . . 



Pero dejemos esto, y pasemos á concre- 
tar nuestro concepto del arte, tal como,á 
nuestro entender, lo revela la naturaleza. 

Si el arte es un recurso «orgánico» de 
acción, como lo es por lo demás toda nues- 
tra acción, dado que somos organismo,— 
¿qué otra cosa puede ser el arfe, como no 
sea la manifestación del intelecto orgá- 
nico «en acción»? 

Desde luego, toda nuestra actividad 
es necesariamente, obra de nuestra estruc- 
tura individual, y de tal modo es indivi- 
dual, y orgánica por lo mismo, que re- 
sultaría imposible establecer cuál es su 
obra intelectiva y cuál no lo es. Es cier- 
to que nosotros ejecutamos algunos ac- 
tos sin deliberar, de mía manera maqui- 
nal; pero esos mismos actos debieron re- 
querir también, necesariamente, una pre- 
via intervención intelectiva, antes de in- 
corporarse á nuestra aeción orgánica por- 
que, en otro caso, ni podríamos concebir 
racionalmente el mantenimiento de la in- 
dividualidad estructural, en medio de la 
lucha perenne de los agentes naturales, 
ya sean orgánicos 6 anórganos. Bastaría 




12 



ltEYISTA DE LA ASOCIACION 



que hubiese quedado en receso nuestro 
instinto vital, constitucional, comp lesi- 
vo, para que dejara de haber «una razón 
de ser», una causa para el organismo, por 
lo propio que es organismo. Habría que 
apelar á una «providencia», muy grande, 
preocupada de cosas muy chicas, como 
son las nuestras en medio de la impresio- 
nante inmensidad del Universo, ó de los 
Universos, — puesto que, lo que concep- 
tuamos así, como un «todo» puede resul- 
tar un rincón de la naturaleza; — v lo más 
significativo es que esa supuesta provi- 
dencia cada día resulta menos ocupada 
de nosotros, cada día más ausente, cada 
día menos eficaz á medida que se operan 
nuestros mayores progresos. 

Si suprimimos pues, el instinto orgá- 
nico, vigilante como es, la individualidad 
se disuelve por no tener entonces causa ni 
r azón de ser. 

Y así como solo hay un matiz entre el 
aoto deliberado y el que llamamos ins- 
tintivo, — que parece ser automático, — 
hay también otro matiz entre el acto ins- 
tintivo y el reflejo, que es más automá- 
tico todavía; pero unos y otros, todos, se 
manifiestan siempre en una misma di- 
rección, que es la de servir al organismo ; 
y tal antecedente, por sí solo, nos está 
diciendo que la obra orgánica es fruto de 
un constante proceso de actividad inte- 
lectiva-, — toda intelectiva, por cuanto es- 
tá toda encaminada á favor del organis- 
mo-, — lo que comprueba que nosotros va- 
mos incesantemente asimilando é incor- 
porando nuevos concursos útiles de ac- 
ción, en nuestro esfuerzo de adaptación 
al medio natural, — el que presupone «se- 
lección», por un lado, y por el otro, «tras- 
misibilidad hereditaria» de los elementos 
asimilados, puesto que, 'de otra manera, 
ia evolución no se manifestaría con su 
aspecto constructivo, tan característica- 
mente constructivo como se manifiesta, 
al través de los tiempos. 

Ahora bien: si toda acción orgánica es 
intelectiva, en principio, ¿donde encontrar 
la línea de separación, precisa, en donde el 
acto orgánico se manifiesta «artístico»? 



Tampoco hay en este sentido ninguna 
solución de continuidad que nos permita 
fijar de un modo radical y definitivo, la 
distinción entre el acto inartístico y el 
artístico, puesto que, unos y otros revelan 
ó implican una «integración intelectiva», 
— inmediata ó previa, — como obra or- 
gánica, y es la constatación de ese subs- 
tractum intelectivo, — que se advierte en 
toda la acción, de una ú otra manera, — 
lo que me ha llevado á pensar que el arte, 
en su acepción superior, debe ser consi- 
derado coirto el medio de acción tendiente 
á rectificar y mejorar las formas ya conoci- 
das de acción, así como que es en este úni- 
co sentido que pueden hallarse puntos 
de referencia para clasificar conveniente- 
mente. Por eso es que proponía en mi en- 
sayo las clasificaciones de «arte rudimen- 
tario», «arte técnico» y «arte conceptuoso», 
las que, en atención al lugar y al tiempo, 
podrían dar una idea del «grado de evo- 
lución» de cada rama artística. 

Se comprende que estas clasificaciones 
no pueden ser radicales, por lo propio que 
son «de relación». Lo que fuó conceptuo- 
so, deja de serlo; pero, si es así la realidad, 
¿por qué no tomarla tal cual es? La im- 
prenta, nos ofrece un ejemplo fácil de 
apreciar. No hay duda de que el gran Gut- 
tenberg tuvo una idea genial; pero no la 
hay tampoco acerca de que, aquel inven- 
to se ha transformado tanto, que no pa- 
rece ser ya el mismo recurso. Si Gutten- 
berg pudiera ver una Marinoni, una de 
esas maravillosas rotativas modernas ó 
un linotipo, creería soñar; y lo propio po- 
dría decirse que la obra de Papin, de Fal- 
tón, de Watt, de Volta y de los demás 
innovadores geniales. Es y será siempre 
preciso tomar en cuenta el factor «evolu- 
tivo,» el lugar y el tiempo; y no porque 
no resulte tan cómoda así una clasifica- 
ción, habrá de desestimarse, puesto que 
siempre tendrá que tomarse nota de un 
hecho evidente, colosal, colosalmente evi- 
dente, como es la evolución. ¿Cómo es- 
tablecer pues, líneas estables, firmes, de- 
finitivas sobre un hecho mismo que se 
trasmuta evolutivamente? — Y es tan in- 




POLITECNICA DEL UUIKiüAY 



13 



dispensable por lo demás, tomar en cuen- 
ta ese heelio soberano, que, si bien nues- 
tras clasificaciones usuales han prescin- 
dido de él' en absoluto, nosotros, á cada 
instante, al utilizarlas, nos hallamos obli- 
gados á referirnos á él, para darles algún 
valor á esas mismas clasificaciones que, 
con ser tan radicales como arbitrarias 
y revestidas de autoridad, se ven forza- 
das á marcar el paso de la realidad, si 
quieren tener alguna objetividad, vale 
decir, para ser de algún modo comprensi- 
bles; — y en este orden de asuntos, podrá 
darse vueltas cuantas se quiera, que no 
se hallará jamás solución, sencillamente 
porque la realidad no ofrece ninguna so- 
lución de continuidad: hecho este, que nos 
condena á la artificiosidad de las clasifi- 
caciones, ineluctablemente. 



Pasemos ahora á considerar el recurso 
artístico en otro sentido, el «transversal», 
si puede decirse así. Prescindamos de la 
dirección ó finalidad, y prescindamos 
también, por favor, — un instante, — de las 
ideas prehechas, que son tan antojadizas 
en este sentido como en el otro, según se 
verá. 

Para ser más libres de espíritu en nues- 
tros juicios, supongamos que, así como 
consideramos el arte humano, considerá- 
semos el arte apícola, verbigracia, el arte 
de ese himenóptero que ha llamado tan- 
to nuestra atención cuanto la de los más 
eminentes naturalistas, avezados á la 
observación de la naturaleza. Suponga- 
mo que no es mecánica su acción, según 
el concepto, falso á mi juicio, de que la 
obra instintiva es fruto de un mecanis- 
mo, que no sabríamos á qué ni á quién 
atribuir, con sus montajes tan compli- 
cados, y armónicos á la vez. Supongamos 
que la abeja es inteligente, como pensa- 
mos serlo nosotros, y sólo nosotros, por 
efecto residual de aquella ilusión egocén- 
trica de que hablábamos. Dado este su- 
puesto: ¿quién podría decir que tal acto 
de la abeja es inteligente y artístico, y 



que tal otro no lo es, cuando el propio 
zángano resulta ser un personaje trascen- 
dente en la vida de esas asociaciones? 
¿Quién podría decirnos con alguna ra- 
zón, — porque, de otra manera, todo se 
puede decir, — que el arte de modelar 
las celdas es el único arte de la abeja, y 
que no.es tal arte aquél con que han es- 
tablecido sus instituciones, su ordena- 
miento social admirable, sus formas de 
selección, incluso el famoso vuelo nup- 
cial soberbio, imponente, que describe 
Maeterlink con tanta maestría? 

Supongamos que un ejemplar de ese 
enjambre, que consideramos, propusiera 
una reforma muy documentada, cientí” 
fica, diremos, si puede emplearse esta pa’ 
labra también, como lo pensamos noso 
tros, respecto de los que no frecuentan 
facultades, ni más laboratorios que el in- 
menso laboratorio de. la naturaleza.. Que 
propusiera, por ejemplo, la idea de hacer 
octógonas las celdas exagonales, ó una 
nueva institución, ó recursos para vivir 
por más tiempo; la utilización de algún 
nuevo elemento del jardín donde acam- 
pan, ú otra cosa cualquiera. ¿Quién se- 
ría osado á decir que «no es artista» ese 
innovador, más ó menos eficaz y genial 
ó no, ó que no lo son los propios ejem- 
plares que, acatando ese propósito, se 
aprestan á ponerlo en práctica, ó que, 
sin acatarlo desde lueg o, se contraen á 
examinarlo escrupulosamente? ¿Por qué 
no serían tan artistas como los demás? 
Su obra, como quiera que se la juzgue, 
¿no es acaso producto del mismo ingenio 
aplicado á servir las mismas necesidades 
orgánicas, por otros arbitrios? ¿Se osará 
decir que no es tan importante ó trascen- 
dente? 

Aquí, como se vé, queda planteada la 
cuestión referente al arte y la ciencia. 

Si se confunde el intento cognoscitivo 
ó la aplicación del conocimiento, con el 
conocimiento, vale decir, el medio con el 
fin, y la causa con el efecto, se comprende 
que en vez de clasificar, desordenamos; 
en vez de disciplinar nuestras ideas con 
arreglo á los hechos, las ponemos en opo- 




14 



REVISTA DE LA ASOCIACION 



sición á la realidad: y esto es de efec- 
tos deplorables, necesariamente, corno to- 
do error. 

Ya sea que tomemos al enjambre que 
nos sirvió de ejemplo ó al pueblo, al hom- 
bre, á la ciudad, — que no es más que una 
colmena, con más ó menos miel, — vemos, 
siempre, el mismo propósito orgánico, 
«como guía», por más que se manifieste 
en diversos senderos, los que, son todos 
congruentes, y por lo propio, «convergen- 
tes» hacia la finalidad orgánica, que no 
es otra que vivir, vivir lo mejor posible, 
— lo que implica una aspiración de per- 
petuación y otra de mejoramiento; — y 
en uno ú otro caso vemos, por igual, que 
es imposible determinar lo que es arte y 
lo que es ciencia — por cuanto, intrínse- 
camente, es el mismo recurso el que se es- 
grime: «la inteligencia», — ya sea para co- 
nocer ó para obtener cualquier otro re- 
sultado; por donde se constata que hay, 
fundamentalmente, una identidad per- 
fecta en el recurso de acción, y, además, 
una identidad, perfecta también, en la 
dirección de la actividad, en la finalidad 
á que ésta responde. Si los aportes son 
diversos en calidad é importancia, son 
todos «aportes» realizados por «el mismo 
recurso intelectivo -art íst ico », y son todos 
aportes destinados, errónea ó acertada- 
mente, al mismo fin. 

En este propio terreno teleológico, pues, 
no hay diferencias esenciales. ¿Podría 
decirse que hay una diferencia constante 
entre lo útil ó lo necesario y lo inútil ó lo 
innecesario? Desde luego, lo útil se true- 
ca en necesario; de modo que es una en- 
tidad movible, con relación al lugar y al 
tiempo; y, además, es una entidad que 
se caracteriza por su relativismo. — Un 
ídolo, por ejemplo, es más útil y aún más 
necesario para el creyente, que una subs- 
tancia nutritiva; en cambio, para otros, 
es un objeto de mera curiosidad. — Por 
otra parte, ¿qué es lo necesario? Si es ne- 
cesario aquello sin lo cual no podemos 
cumplir nuestras funciones fisiológicas, 
— simplemente, — resultaría que lo nece- 
. sario es alguna t^íz alimenticia; y nada 



más. ¿Será por ventura la ciencia, el sa- 
ber? Yo; ni esto mismo, porque si nos fal- 
tara esa sabrosa raíz nutritiva de que 
hablábamos, la ciencia no nos sirve. Este 
contraste, recordaría el caso de aquel 
sabio que cayó al agua y no sabía nadar. 

Yo obstante esta identidad fundamen- 
tal del recurso artístico; no obstante ser 
la inteligencia «el único instrumento» de 
que puede echar mano el organismo, — 
cualquiera que sea el dominio de acción; 
y no obstante la identidad que se advier- 
te en la finalidad orgánica á que respon- 
de ese recurso, se ha admitido que entre 
la ciencia y el arte hay una diferencia 
fundamental, radical, al extremo de que 
el eminente biólogo-filósofo Félix Le Dan- 
tec, afirma que es un perfecto antago- 
nismo lo que separa á estas «entidades», 
de gesto severo. 

A pesar de la gran autoridad de su pa- 
labra, francamente, no concibo cómo pue- 
da haber antagonismo entre el arte, — 
que es «un medio» de acción, — y la cien- 
cia, que es «una de las finalidades» á que 
se contrae este recurso; ni siquiera la fi- 
nalidad fundamental, según el concepto 
admitido de la misma, sino la que facili- 
ta la obra de adaptación, la que permite 
evolucionar, mejorar nuestra acción; esto 
es. ajustarla más y mejor a la realidad, 
que es nuestro ambiente natural. 

Solo un conjunto de prejuicios, ha po- 
dido presentarnos como rivales á dos for- 
mas de acción de la misma «unidad» or- 
gánica, lo que en caso de ser así, impli- 
caría romper esa unidad misma, puesto 
que ella no puede subsistir, si no es á fa- 
vor de sus concursos estructurales. Otra 
cosa sería como suponer la subsistencia 
de un organismo en que el cerebro y el 
corazón v. gr. fueran órganos antagó- 
nicos; lo que, forzosamente, significaría su 
disolución ó sea la negación de la unidad 
individual. 

Esto se debe á que se ha confundido 
«el resultado» del esfuerzo cognoscitivo, 
con el esfuerzo mismo, y también con «la 
utilización» de dicho resultado, que es el 
conocimiento, el saber. Sin embargo, es 




POLITECNICA SEL URUGUAY 



15 



evidente, que, así como no es ciencia, — 
esto es, conocimiento , — la serie de actos 
preparatorios que se practican para al- 
canzar este «resultado» científico, tampo- 
co lo es el «aprovechamiento» de la con- 
quista científica: eso es mié. 

¿Y sólo son acaso, los que investigan 
«metódicamente», en vista de un conoci- 
miento general, ó los que utilizan de ese 
conocimiento «general»; sólo son éstos, 
digo, «los que investigan» y los que «se 
sirven» de toda conquista científica? No; 
todos tratan de conocer, y todos tratan 
de sacar el mayor provecho posible de 
todo conocimiento, ya sea general ó par- 
ticular, circunstancial. El pintor, por 
ejemplo, trata de conocer la causa de una 
armonía ó de un contraste cromático, y 
también aprovecha de las conquistas quí- 
micas ú ópticas, así como de cualquier 
otro concurso que le sea favorable, la 
anatomía, la psicología, la ley de los com- 
plementarios de Chevreul, ú otra; pero, 
así como no pueden confundirse «los en- 
sayos» hechos por el pintor, con el resul- 
tado de su esfuerzo, tampoco pueden 
confundirse los ensayos y tanteos que 
practica el investigador, aunque sean en- 
caminados hacia fines científicos, con 
«la ciencia». 

Estos intentos cognoscitivos, son «arte», 
de igual modo que el esfuerzo de «uti- 
lización» del conocimiento alcanzado, cual- 
quiera que sea el fin á que se aplique. 
Es el ingenio en acción ; en tanto que cien- 
cia es la constatación de un fenómeno, 
de su ley, de su causa; ó de un orden cual- 
quiera de fenómenos: es pues, la finali- 
dad del esfuerzo cognoscitivo, el resulta- 
do: ciencia es saber. 

En el propio dominio del conocimien- 
to, no hay diferencias fundamentales, 
si bien hay conocimientos más importan- 
tes y más generales, y conocimientos me- 
nos importantes y menos generales; pe- 
ro, en substancia, la ciencia es conocimien- 
to, y lo mismo es conocimiento la consta- 
tación de una realidad que la de otra. En 
definitiva, lo mis mo es constatación de 
un hecho, de una realidad, la del bañista 



v. gr. que, por medio de una caña, explora 
el fondo de una laguna «para conocerlo», 
antes que aventurarse á entrar, que la 
del clínico que palpa con minuciosidad 
al paciente, para descubrir su enferme- 
dad; que la del astrónomo que descubre 
la línea de los movimientos de un astro, 
por medio de arduos cálculos. Ciencia es 
saber, repito; y no vemos como pueda 
haber antagonismo entre este resultado, 
tan saludable y tan fecundo, y el arte, ó 
sea la acción de la inteligencia que lo ob- 
tiene y lo utiliza, aún cuando á la vez se 
aplique á otros fines, mejor dicho, á otros 
subfines de la misma unidad que lo uti- 
liza, por cuanto el fin capital es vivir, y 
á vivir y mejorar se aplica toda la activi- 
dad orgánica. 

Si vemos, por un lado, que todo orga- 
nismo procede siempre con arreglo á su 
estructura, y por el otro, vemos también 
que procede siempre á favor de sí mismo, 
para mantener su estructura, para con- 
servarla y aún para mejorarla, — ya sea 
que se ajilique el intelecto á producir ó á 
conocer, — no hay manera de establecer 
distinciones radicales ni permanentes en 
ningún sentido, puesto que, el arte, se 
nos ofrece en todos los dominios como ac- 
ción orgánica de la inteligencia, cumplien- 
do su misión natural, que es la de vivir 
como estructura orgánica, mejorándola, 
ajustándola á su ambiente natural; y así 
como el arte, — que es la inteligencia en 
acción , — es el único y el mejor medio de 
que pudo y puede valerse el organismo 
para subsistir y mejorar, la ciencia, que 
es conocimiento, conciencia, saber, es lo 
que mejor nos permite realizar esta obra 
estructural, orgánica. 



Veamos ahora, brevemente, para ter- 
minar, qué son la técnica y la crítica en 
esta obra orgánica, de un modo general. 

Si el arte es la acción intelectiva : co- 
mo acción, presupone «exteriorización», 
ó sea medios técnicos que la objetiven? y 
como manifestación de inteligencia, pre- 




KEVISTA 1)E LA ASOCIACION 



1G 

supone «deliberación», esto es, crítica. No 
hay ni puede haber obra de arte, ya sea 
superior ó interior, que no revele la exis- 
tencia de uno y otro elemento, indefec- 
tiblemente. 

Llamamos, pues, técnica, al recurso de 
objetivación, cualquiera que sea: el len- 
guaje, el color, el sonido, así cualquier 
otro procedimiento de que echa mano el 
hombre-artista para exteriorizar su in- 
tención, para plasmar su concepto; lo 
cual, según se comprenderá, es indispen- 
sable en el arte, puesto que, de otro mo- 
do, no sería arte, esto es, «acción», sino 
solo una idea más ó menos inconcreta de 
las tantas que bullen en nuestro cerebro 
y que quedan relegadas al fuero interno, 
allí donde todos somos artistas incompa- 
rables, vale decir, en la intención. 

Lo que reduce nuestras aptitudes ar- 
tísticas, lamentablemente, es la faz técnica; 
es ahí, donde comienza la dificultad del 
arte. ¿Cómo dar cuerpo á esa intención 
que late ambiciosa, desbordante, pujan- 
te, y que nos resulta inasequible por su 
propia incoercibilidad? En nuestra imagina- 
ción la vemos brillar, sin embargo; pero 
así que vamos á encarnarla, reduce su 
brillo y queda maltrecha y opaca, con una 
opacidad que desespera á veces. 

Es que, los elementos que han de plas- 
marla son pasivos, . por completo indife- 
rentes á esta aspiración. Somos nosotros 
los que hemos de someterlos á nuestro 
pensamiento, para que nuestro pensa- 
miento obtenga el valor de una realidad 
tangible: sea una estatua, un poema, un 
puente, un discurso, un túnel, un cuadro, 
cualquiera cosa que sea. Cada gestación 
artística, presupone un esfuerzo de ade- 
cuación del elemento técnico á la idea 
que la inspira, y es por eso que el arte se 
manifiesta siempre como «obra de arte»; 
no tan solo como pensamiento, como idea 
recluida en el cerebro, sin más valor que 
el de intención subjetiva; sino, al contra- 
rio, como manifestación externa, concre- 
ta, plástica, de nuestra intención, de 
nuestro pensamiento, ¿Imaginan Vdes. lo 
que haríamos si no fuera por esta «limi- 



tación» que reprime á nuestro anhelo? 
Imaginarlo, es como entrar al reino del 
absurdo. 

A ese elemento de exteriorización es al 
que llamamos técnica, aún cuando el dic- 
cionario haya omitido el vocablo como 
substantivo .... con serlo tanto. Sin este 
elemento, que transforma el pensamiento 
en acción, quedaría el concepto en el anó- 
nimo definitivo: y por más genial que 
fuese, ni alcanzaría siquiera á la condi- 
ción de simple declamación lírica. 

Es este, como se vé, «un aspecto» del 
arte, puesto que no se concibe al arte 
sin él; de tal modo está identificado con 
la obra de arte, ó sea, con la «manifesta- 
ción» artística. 



La crítica, está igualmente implícita 
en el arte, ó sea, en la obra de arte, por 
cuanto es «la deliberación» que presupone 
necesariamente todo recurso de acción 
intelectiva, por el solo hecho de ser inte- 
lectiva. No se concibe manifestación de 
inteligencia sin esa guía ó contralor, — ya 
sea torpe ó genialmente ejercido, — pues- 
to que la inteligencia debe manifestarse 
como «forma» de acción orgánica, es de- 
cir, congruente; y no arbitraria. Por eso 
es que la deliberación, es decir, la cordu- 
ra, la juieiosidad del esfuerzo, está «ne- 
cesariamente» sobreentendida en la ac- 
ción orgánica, por lo propio que es orgá- 
nica; es la obra de un organismo. 

La crítica, — ya sea autocrítica ó ya 
sea ejercida por terceros, — es la verifica- 
ción instintiva, que aquilata y comprue- 
ba, en primer término, la utilidad «orgá- 
nica» del esfuerzo, y en segundo lugar, 
la adecuación del recurso técnico por el 
cual se manifestó el pensamiento gene- 
rador, inspirador. Se comprende que si 
ese doble ajuste no se hiciera, nuestra 
acción sería enteramente arbitraria, y 
nos demolería, en vez de conservarnos y 
de mejorarnos, como lo hace, en la obra 
de adaptación, de selección, de evolución. 
Por eso decía antes, que la acción instin- 




POLITECNICA DEL XJKttCiUAY 



17 



tiva, y el propio acto reflejo, — más iden- 
tificado aún con el organismo, por meca- 
nización habitual, — debieron ser mate- 
ria de deliberación, incipiente, rudimen- 
taria que fuere, puesto que, si se hubiesen 
incorporado formas de acción orgánica 
incongruentes con el interés vital, habría - 
se disuelto la individualidad, forzosa 
mente. Este otro elemento, el crítico, es 
de inteligencia, esto es, de ordenamiento; 
y es «otro aspecto» del arte, también in- 
separable del mismo, por esencial; tam- 
bién identificado con él, porque lo integra 
ineludiblemente. 



Así como la técnica nos limita, porque 
presupone un previo sometimiento de la 
substancia á la idea, á la aspiración or- 
gánica, la crítica nos hace palpar esa 
dificultad, á la vez que tiende á hacer 
compatible nuestra acción individual con 
la acción de los demás elementos de la 
naturaleza, que se manifiestan en forma 
de «lucha natural», precisamente porque 
proceden también, como nosotros, según 
su estructura. De ahí su indiferencia y su 
propia hostilidad; y es tan natural todo 
esto, que nosotros, acostumbrados á vi- 
vir refrenados por tales trabas, ni nos 
detenemos á considerarlo, ni á divagar 
siquiera acerca de lo que haríamos, si di- 
chos elementos se nos sometieran incon- 
dicionalmente, á discreción. Entonces sí 
que podríamos ver la enorme expansivi- 
dad de nuestros anhelos virtuales, solo 
comparable á la de los explostivos. Com- 
primidos, en vez, por la resistencia de los 
agentes externos; habituados á vivir den- 
tro de una red de frenos, que ejerce una 
perpetua coerción á nuestra absurda ex- 
pansibilidad, así mismo, hemos llegado á 
creer sinceramente que somos modestos, 
y aún humildes. ¡Oh, lo que haríamos, si 

pudiéramos hacer! Es verdad que 

nos dequitamos de las molestias de esta 
trabazón de acero que contiene la des- 
medida expansividad de nuestras aspi- 
raciones,— traba que articula la sensatez 



de los agentes externos, los que, como 
nosotros, quieren mantener su estructu- 
ra, que es su ley natural; — y para des- 
quitarnos los menospreciamos, ó decla- 
ramos con Schopenhauer que la vida es 
una adversidad; — esto es cierto, así como 
lo es, que esas propias protestas, son una 
prueba del apego entrañable que tenemos 
á nuestra individualidad estructural. 

Se comprende mejor así, eomo, en me- 
dio de la propia laxitud — tan enervante — 
que producen estos desvarios metafísi- 
cos, apenas se domina un elemento, tro- 
cándolo en nuevo agente de acción para 
nosotros; apenas se disciplina una fuerza 
natural, rendida á nuestro conocimien- 
to, despiértanse mil anhelos latentes que 
no podían mostrarse aiites por carecer de 
ambiente, y que surgen entonces como 
por encanto y pululan alrededor del filón 
precioso, dispuestos á aprovecharlo cuan- 
to es posible. Así se transforma la ac- 
ción. El bronce, el hierro, la pólvora, el 
vapor, la electricidad, las hondas hert- 
zianas, el radium, la causa de las fermen- 
taciones, etc; todo ello, penetrado por el 
conocimiento convulsiona toda la men- 
talidad y la actividad misma, con proyec- 
ciones incalculables. Y no solo se trans- 
forman la acción y las ideas, sinó también 
las aspiraciones, las orientaciones del 
pensamiento. Es tal la avidez con que se 
opera este trabajo de asimilación y de 
expansión, que ni nos detenemos á fes- 
tejar estos triunfos soberbios, tan fruc- 
tuosos como son; y es tal la ingratitud 
humana, — tan piramidal, — que hasta los 
nombres de los más grandes benefactores 
re la humanidad, no alcanzan la noto- 
diedad de un tenor en boga ó de una «es- 
trella» de café cantante, que nos solazan 
de un modo efímero. 

Cuando se habla de obra de arte, de 
arte superior, todavía se entiende que se 
trata de un cuadro, de una estatua, de 
una romanza, de una comedia, un drama, 
un poema, y nunca de un paso eficaz en 
el orden cognoscitivo, fecundo como es, 
el que abre horizontes inesperados á nues- 
tra insaciable aspiración de mejoramien- 




1S 



REVISTA DE XA ASOCIACION 



to. Es que no se piensa que la obra de ar- 
te liumano, la obra suma; es la civiliza- 
ción, esto es, la obra integral del esfuerzo 
del hombre — obra en que no se sabe si- 
quiera con certeza, quién lia hedió algo, 
ni quién ha hecho más. Los artistas des- 
collantes en este modelado del progreso 
humano, en esta portentosa obra evolu- 
ciona!, que trueca al hombre primitivo, 
á nuestro propio antepasado, en ejemplar 
que ni parece ya ser de nuestra raza, esos 
artistas máximos, quedan olvidados y 
aún desconocidos, al propio tiempo que 
se deifica por cualquier cosa; y los des- 
conocidos, seguramente, son más que los 
olvidados. 

En esta obra de arte inmensa y tras- 
cendente, los biólogos, los denodados na- 
turalistas, los anatónomos, los paleon- 
tólogos, los fisiólogos, los químicos, los 
embriólogos; los físicos, los histólogos, 
los bacteriólogos, que han dedicado su 
existencia á producir, paciente y valien- 
temente, — á veces en el anónimo de la 
obscuridad y á veces, en el suplicio de la 
miseria, — los mismos á quienes el cáusti- 
co Barbey D’Aurevilly llamaba con des- 
precio «contadores de polvo; cultores de 
una ciencia que calcula, — como si esto 
fuera un pecado, — cultores de la ciencia 
atomística, hipotética, ininteligible, hie- 
rática.... tan bobamente científica», — 
¡tal era la magnitud de la empresa! — ésos 
son precisamente los que han permitido 
substraer el apasionante problema de la 
vida de la especulación abstracta, aprio- 
rista, que quería encontrar la clave de 
todo el enigma del universo dentro de la 
pequefia caja craneana propia, para plan- 
tearlo, en vez, en la naturaleza inmensu- 
rable, por medio de una observación me- 
tódica y concienzuda; quiero decir por 
ios medios del conocimiento constructi- 
vo, progresivo, que, si bien requiere más 
paciencia que la declamación, —porque 
es más trabajoso, — es más eficaz, sin du- 
da alguna. Merced á esos esfuerzos tena- 
ces, es que se han podido forjar las hi- 
pótesis cosmogónicas de Kant y de La- 
placa, elevándolas á planos caudales, su- 



periores por cierto á aquel pueril, antro- 
poformo, donde las cosmogonías nos pa- 
recen ya tan inverosímiles como antes 
parecían dignas de fé; gracias á ese aco- 
pio de antecedentes, acumulados uno á 
uno, con probidad admirable, es que se 
constata la identidad fundamental de 
las formas de organización, y que La- 
marek induce la teoría de la descenden- 
cia, y Darwin. la de la selección y la he- 
rencia, produciéndose la visión magnífi- 
ca de la evolución natural: realidad fe- 
cundísima, henchida de enseñanzas!. Por 
otro lado, sobre el cimiento de la obra de 
Arquímedes, de Cableo, de Xewton, — co- 
mo sobre un tesoro de documentacio- 
nes, — se constata la indestructibilidad de 
la substancia y la indestructibi idad de la 
energía, preciosas conquistas también, y 
surge el monismo, el mecanismo, el equi- 
librismo, que, si no son una verdad, qui- 
zá por. que no hay ni puede haber una 
verdad integral para nuestros recursos 
limitados, son, por lo menos, tui vuelo 
audaz y saludable en el campo de la 
emancipación del pensamiento, antes en- 
cadenado como un criminal ó un inepto, 
por la pequeñez mísera de los prejuicios. 
Y, ¿quién, que no sean los estudiosos, se 
detiene á considerar la magnitud de los 
aportes en esta obra de titanes, de dioses, 
diría, si no fuera una característica de los 
dioses el hacer poco? — Muy escasos son, 
por cierto, los que hacen un alto, para 
valorar los efectos de la obra de Cardan, 
de Tonicelli, de Huyghens, de Leibniz, 
de Julio Boberto Mayer, de Prescott, de 
Helmholtz; los de la teoría celular de 
Sckwann y Sclileiden ó de la noción quí- 
mica del protoplasma, . de üeumeister, 
ó de la obra del embriólogo Baer, ó de la 
del fisiólogo Müller, ó de la de los quími- 
co-físicos Bunscn y Kirchoff ó de la obra 
de Pasteur, ese coloso, cuya efigie serena, 
bondadosa, luminosa, triunfal, debiera os- 
tentarse en todo centro culto como un 
alto honor, y como alto estímulo, puesto 
que prueba i-rre-fra-ga-ble-mente la su- 
perioridad y la eficacia del esfuerzp cien- 
tífico; — y de la obra de tantos que igno- 




POLITECNICA DEL URUGUAY 



1!) 



ramos ú olvidamos, con ser los que nos 
han deparado los mayores y mejores bie- 
nes de que disfrutamos, morales y mate- 
riales. Es verdad que estos bienes, con 
ser tan grandes, no los apreciamos, pre- 
cisamente porque los poséemos; pero, 
advertiríamos su verdadero monto ape- 
nas nos faltasen. Esto sería peor que un 
terremoto. No obstante, todos reconoce- 
mos con largueza la obra de los que nos 
han brindado un solaz, y la magnifica- 
mos desmedidamente. Eso es un lujo sa- 
berlo y reconocerlo. En esto somos tam- 
bién aristócratas; tan aristócratas como 
ingratos para con nuestros más grandes 
benefactores. 

La obra científica, magna obra del ar- 
te humano, ha cimentado sólidamente, 
sobre un limo de errores y de espejis- 
mos sombríos, que entenebrecían, el edi- 
ficio del conocimiento positivo, tan efi- 
caz, que hasta las propias ramas antes 
consagradas á propiciar lo sobrenatural, 
tan estérilmente,, se han humanizado. 
Por una ironía, á la vez que se demostró 
que no hay abismos radicales entre las 
especies que pueblan el planeta, se ha ele- 
vado la condición del hombre, del pro- 
pio ser relacionado antes con lo sobrena- 
tural, como un semidiós; así que se ha 
ido haciendo camino la prosa vil de los 
positivistas, de esos naturalistas preo- 
cupados en contar prosáicamente los gra- 
nos de polvo, el anhelo igualitario se ha 



puesto en marcha, y el esclavo, que, en 
medio de su abyección misérrima, no* con- 
taba hasta entonces con más consuelo 
que el magnánimo de la esperanza, de 
una esperanza póstuma, por otra parte, — 
— aquella de que «los últimos serán los 
primeros», — lo cual, era la munificiencia 
efectiva de los más generosos sentimen- 
tales, los que al menos, por sus inten- 
ciones, se distinguían en «el rebaño» 

en un rebaño de lobos, el esclavo se eman- 
cipa; así que se hizo una brecha la des- 
ilusión, — la cruel desilusión de no ser el 
hombre un dios caído, — cosa que aún 
conturba á los pasivistas soñadores, evo- 
cadores, inconsultos magnificadores del 
pasado, como si hubiese sido un Edén, 
se abrió y se afirmó la idea que vá aplo- 
mando al rey de la creación, rey-siervo de 
ay«.r. humillado, envilecido por efecto 
de sus propias quimeras megalomania- 
cas, forjadas en plena ignorancia; y de día 
en día recobra y acentúa su verticalidad 
como hombre, como organismo emparen- 
tado con el antropóide y la célula, ofre- 
ciéndose va hoy tan altivo como un pú- 
gil!.... 

Esta es, señoras y señores, la obra su- 
perior del arte humano; la obra del cul- 
to científico; exclusivamente la obra del 
saber. He dicho. 

FIN.